lunes, 17 de agosto de 2009

Ninguna boda y un funeral

La semana pasada tuvimos un funeral. Uno de nuestros guardianes murió después de una larga estancia en el hospital. El funeral fue, desde nuestra concepción occidental, un poquito chocante.
Poco más o menos os diré que me he perdido las fiestas de Vitoria, pero no pasa nada porque estuve en el funeral de “papa le gardien”. Había música de trompetas como si fuera eso la subida de los blusas, en plan charanga. Mientras las vecinas, de plañideras, gritaban llorando tirándose encima del ataúd.

Un poquito subrealista desde nuestra concepción del dolor, la solemnidad y la muerte.

Corrimos con todos los gastos, en Congo, las prestaciones sociales las da la empresa no el Estado (en fin, el Estado teóricamente da una pensión, pero me río de Janeiro) y en el caso de los funerales, aunque no se establece en ninguna ley, esta socialmente aceptado que la empresa paga todo lo indispensable (ataúd, velatorio, entierro, sillas y hasta el formol...)

En realidad, en el Congo cada persona tiene tres grandes fiestas, cuando naces, cuando te casas y cuando te mueres. Es como si tuvieras que morirte para poder acceder al lujo. Hay música, bebida, etc.

Vimos pasar unos yudokas que hicieron un espectáculo de cuchillos detrás de la gente, no sé si contratados por la familia o aprovechando la aglomeración vieron un público potencial. Después del entierro incluso un monologuista de humor vino para hacer reír a los presentes. Lo que os digo, entre la música de fiesta, el monologuista, los yudokas y las birras, lo secundario fue la muerte de una persona. A mí me revolvió muchas cosas, la verdad. Miraba a mi alrededor intentando buscar una persona que estuviera realmente expresando un dolor verdadero y me parecieron los menos.

En fin, que la vida es puro teatro y parece ser que la muerte también.

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