lunes, 12 de febrero de 2018

Había una boa...constrictor

En la vorágine del día a día, se me olvidan los pequeños detalles. La semana pasada, estando en la oficina en el terreno, el jefe del proyecto vino con un muchacho a verme. Me dijo que el chaval insistía en hablar conmigo, y que a pesar de que él había intentado convencer al chico de que su propuesta no iba a llegar a buen puerto, él prefería oírlo directamente de mí.

Resulta que el joven me quería vender una boa africana. Una serpiente, vamos. De esas gordotas,  de las constrictoras.

Me eché a reír, claro, y le dije que no, que no me interesaba. A todo esto, yo todavía pensaba que era una boa muerta, para comer. En plan, en ausencia de pollo, buenas son boas. Creo recordar que ya he comido serpiente y no me pareció que estuviera mala, pero tampoco es que haya estado desde entonces, deseosa de comprar una serpiente entera, lista para la cazuela...

En esto me dice el muchacho, que la boa está habituada a los humanos y es excelente para la producción. Sólo en ese momento entiendo yo que lo que quiere es venderme la boa viva! Para que me la traiga a kinshasa no sé cómo, y la haga grande en mi apartamento, no sé tampoco cómo. Comiéndose a mi gato, quizá. Porque hasta ahora, acuarios, o serpientarios, o como se llame donde se guardan esos bichos, no he visto en kinshasa. Es, digamos, un nicho de mercado.

Así que ya más atónita aún (y me entró la risa, lo reconozco) le digo que dados mis modestos conocimientos sobre la producción de reptiles, que teniendo ya un animal, susceptible de ser devorado por una boa africana, y el hecho de que vivo en un apartamento, no me parece apropiado llevármela, que gracias y buena suerte.

El chico se fue enfadado, creo que le resulté grosera con mi risa y no entendió que rechazara la tremenda buena oferta que me hizo. Con el esfuerzo que le ha costado a él hacer de la boa, una serpiente modelo.

Diferencias culturales, supongo.