miércoles, 26 de mayo de 2010

Choque cultural

Hoy he hablado con una amiga de Kin. Gracias skype, tan cerca, tan lejos...

Me dice que aproveche, que estoy muy bien aquí donde siempre hay agua, luz e internet sin cortes. Parece que desde hace días tiene problemas con el agua pero me dice que se ha acostumbrado a los cubos de agua fría con sistema integrado de cacito que te lo echas tú mismo con tu mecanismo por encima, y que de todos modos, no es tan grave porque hace calor...

Ella en Gombe no había tenido problemas de este tipo. Nosotros en Limete estábamos con los cubos de agua día sí, día no...y te acostumbras. Como a que se vaya la luz, que la conexión a internet sea una porra aunque te cobren un ojo de la cara (eso jode más), a los ratones y a las ratas (esto, también lo suprimiría con gusto). De todos modos, Gombe o Limete, da igual, ella ha tenido un problema de ratas mucho peor que el nuestro así que yo con gusto me ducho con cubos con tal de no ver pasar una rata por el salón mientras leo o veo la tele en el sofá...

Comento esto porque oído desde aquí, veo más el contraste. Oigo ruidos en la casa y estoy tranquila, sé que no es ningún ratón que se pasea por el techo, y que si en un momento dado necesito un ingrediente para cocinar, me calzo unas zapatillas y debajo de casa tengo un supermercado con todo lo que quiera y más.

Y me sorprendo a mi misma, conmigo misma.

¿Cómo es que quiero volver? ¿A los cortes de luz, cortes de agua, al internet intermitente y a los ratones? A que te pare un policía porque te has parado no a 20 sino a 15 metros de la línea (imaginaria) y has cometido una infracción y él es aquí la autoridad competente...a pagar por los errores de otros, al donne moi l'argent, y al yo mundele!!!

Pero lo cierto es que sí, a pesar de todo quiero volver.

A pesar de todo, esta ciudad perfecta que es Vitoria-Gasteiz, medida y pesada en su justo equilibrio, donde todo se recicla, todo se gestiona y todo se informa con folleto al día siguiente de haberse gestado, me molesta.

Estoy con síndrome de Estocolmo, lo reconozco. Pero todo me parece tan perfecto que me cansa mentalmente. Todo nuevo, reformado, columpios cada 20 metros, canchas de fútbol y baloncesto, y hasta de petanca gratuitas, centros cívicos, guarderías públicas, centros de salud nuevos o reformados, iluminación, rotondas con sistemas de reducción de la contaminación acústica, recogida neumática de basura...me parece que es demasiado. Me resulta el colmo de la vanguardia. Echo de menos un punto medio en el que los vitorianos no necesiten tantos servicios ni se quejen por la redensificación, que no sé ni qué coño es, y que los kinois tengan tan sólo un camioncito, que recoja las basuras y las lleve a un vertedero, una simple canalización de cemento para las aguas de lluvia y cuatro o cinco empresas, que funcionen en la ciudad.

Lo de Vitoria está muy bien, de verdad, es idílico, perfecto. Pero es irreal. A veces se nos olvida que vivimos en la parte del mundo de ese 20% de la población mundial que tiene cosas como la recogida neumática de basuras. El otro 80% del planeta, el mundo real, donde está Kinshasa, vive y muere entre la mierda, que se amontona durante años justo enferente de la puerta de su casita.

No voy a entrar a salivar por el colmillo con la teoría de que todo este derroche en el que vivimos (cambio de coche a los 5 años, cambio de la cocina a los 5 años, cambio de la decoración de la casa a los 5 años) es insostenible y es fruto de que hay gente que no tiene ni coche, ni casa en propiedad y además cocina en un brasero porque generalmente no hay luz. Y que el sistema se nutre de que es el bienestar de un 20 contra la supervivencia de un 80. Pero creo que es así. Porque a todos nos encanta cambiar de móvil, y si el coltán lo controlase el Congo y no las empresas extranjeras, quizá lo tuviéramos que pagar más caro y no podríamos permitirnos cambiar de móvil cada dos años. O peor, quizá el Congo fuera una superpotencia y empezaría a imponer reglas de mercado y Europa se convertiría en importador en lugar de exportador y con reglas justas tendría todas las de perder. Porque en Europa no hay materias primas, en Europa no hay nada de nada. Las tierras no son fértiles, sólo una cosecha al año contra las dos africanas o las cuatro cosechas anuales asiáticas. A penas hay minerales, a penas petróleo. En Europa sólo hay empresas que controlan la agricultura, los minerales y el petróleo de países subdesarrollados. Y Europa sabe que el mundo no tiene recursos suficientes como para que el 100% del planeta viva como vivimos nosotros. Con lo cual, no podemos permitir que las cosas cambien, porque si cambian, no vamos a vivir ellos un poco mejor y nosotros un poco peor. Van a vivir ellos mucho mejor y nosotros como ellos antes, porque el ser humano es vengativo, señoras y señores. Gandhis y Mandelas hay uno cada cien años, pero Mobutus y Mugabes los hay a patadas.

Esto es lo que me ha suscitado la recogida neumática de basuras. Es el ejemplo de algo que sólo es para unos pocos.

Vaya, creo que al final, sí que he salivado por el colmillo.

De Kin a Kig

Estoy en casa. Pero en un mes estoy de vuelta en el continente que nos queda al Sur a pasar lo que queda de año en Kigali, Ruanda.

Me ilusiona mucho y tengo ganas.

Un nuevo reto.

domingo, 9 de mayo de 2010

sábado, 8 de mayo de 2010

Because your welfare matters!

La oferta de ocio de Bukavu es limitada. El fin de semana pasado estuvimos en un bar congoleño con música en directo a tope (a tope quiere decir demasiado alto y con interferencias de sonido) con la rumba congoleña todo el santo día que a mi me parece una matraca insoportable.

Lo más divertido que puedes encontrar es el Welfare, todo el mundo habla de ello. Es el bar-restaurante-discoteca de la MONUC. Yes, I know. Esto os da una idea de la mezcla de gente que hay en Bukavu, que lo mismo un día estás tomándote una copa con un mercenario, que con un soldado, que con alguien de las minas, que con personal humanitario... A veces los más majos son los mercenarios y los de las minas, sobre todo si en la zona hay mucha ONG francesa, ya me entendéis. Con los soldados, reconozco que no he tenido excesivo contacto...

Pues allí que me planté.

A darlo todo con los uruguayos.

Igual no os lo creéis pero me lo pasé super bien! Creo que el vodka ayudó enormemente, pero aún así. Creedme cuando os digo que este año en el Congo me ha abierto la mente hasta límites insospechados, si es que no me canso de repetir que tengo mucho que agradecerle...

jueves, 6 de mayo de 2010

Vista atrás

La semana que viene a estas horas estaré en el aeropuerto a punto de coger el vuelo para Europa (si consigo antes regresar a kin con la compañía congoleña de mis amores...). En realidad, no me doy cuenta de que a pasado un año y de que regreso...

Mi sensación es de corazón dividido. Por un lado, no me apetece quedarme mucho más en Kin, pero por otro volver me da pereza y tristeza a la vez. Ha sido un año intenso en el que he aprendido casi tanto como en toda mi vida.

Ya sé que esto suena a topicazos de cuando vuelves la vista atrás...pero en realidad tengo que agradecerle mucho al Congo, hasta a los queridos amigos de la Dirección General de Impuestos que con tanta vehemencia han intentado chuparnos la sangre. Siempre por el bien de la Nación. Por supuesto. Que tiemblen Teléfonica o Iberdrola si me hacen alguna pifia con alguna factura. Se van a arrepentir de haber nacido...

De todos modos, es más o menos vox populi que probablemente regrese a África en el mes de julio. Grandes lagos, por supuesto, cerquita de Bukavu, que me ha robado el corazón...Eso me tranquiliza y me da ilusión, irte sabiendo que vas a volver, es una forma muy dulce de irse. Tengo mucha suerte. Últimamente no dejo de pensar eso. Soy una persona afortunada de poder hacer lo que me gusta, hacer frente a nuevos retos, cambiar, reír, sufrir, amar, odiar...estar viva al fin y al cabo, y lo más importante, sentirme viva.

Ya os lo dije, me ha picado el bicho.



martes, 4 de mayo de 2010

Kahuzi Biega











Bukavu es precioso. El lago Kivu es precioso. No dejo de pensar lo triste que es que esta zona tan maravillosa sea una desconocida para el mundo y que no viva del turismo porque está atravesando uno de los conflictos armados más atroces de la historia reciente. En realidad mi problema es que admiro la belleza del paisaje y lo que el resto del mundo quiere es lo que hay debajo de esos verdes prados. Pero aún así, tanta belleza y tanta sangre no deberían ir tan juntas. Recuerdo las palabras de Ramón Arozarena cuando hablaba del Congo y de la desgracia de ser rico.

Veo casas de más de una planta y aceras con baldosas, medianas con jardines y flores y creo que la gente que me ve mirar de un lado para otro debe pensar que soy como Paco Martinez Soria en la gran ciudad desarrollada (si los lugareños supieran quién es ese señor). Pero alucino con lo diferente que es de Kin.

También está mucho más militarizada. Es como si la ciudad fuera todo aquello que rodea a los campamentos de la MONUC, como si fuera un anexo pegado al campamento y no al revés.
Pero me siento feliz de haber venido. Creo que ha merecido totalmente la pena y que la imagen que me llevo del Congo es ahora un poquito más completa. De hecho, después de ver esto, puedo quedarme con un dulce sabor de boca sobre las potencialidades del Congo.
Ayer por la noche junto al lago, me sentí emocionada incluso pensando en lo afortunada que era por contemplar ese lago magnífico y lo triste que es que se haya quedado como un reducto para la admiración de algunos cooperantes, soldados, mercenarios y hombres de "negocios".

Hoy he ido a ver los gorilas del Parque Nacional de Kahuzi Biega. Es caro pero es el parque más barato de África donde se pueden ver gorilas. Esta es una subespecie del gorila de montaña con la espalda plateada. En un momento dado, he estado rodeada por gorilas. He tenido a un gorila macho de 250 kilos de peso a cuatro metros escasos de mis ojos durante una hora. Había un par de hembras y unas cuantas crías. Se me han puesto los pelos de punta como tres veces y me he emocionado como otras dos. Me sentía la persona más afortunada sobre la faz de la tierra.

Regresando del parque, pensaba de nuevo en la guerra y en lo injusta que es. Con nosotras iban seis guías armados porque la montaña donde viven los gorilas es también escondite de rebeldes. Belleza y sangre juntas. Constantemente.

Cada segundo que pasa me refuerza en la idea de indagar un poco más en el trabajo en esta zona increíble que es Grandes Lagos. Quizá me ha picado el bicho. Me han dicho que África, es lo que tiene...






Bukavu

He volado con una compañía aérea congoleña. Para ubicarnos. Naciones Unidas pone al servicio de todo el personal humanitario sus vuelos de MONUC y del PMA para evitar que los expatriados tomen vuelos nacionales. De hecho, las ONG grandes tienen prohibido por su protocolo de seguridad que sus trabajadores tomen vuelos comerciales.

Bien, pues hay dos compañías, una (vamos a llamarla X) que tuvo un accidente hace dos años y tuvo muy mala fama todo el año pasado, siendo la otra compañía (Y) la mejor y más recomendada durante el 2009. Hasta que la compañía Y este año no tiene más aviones y vuela con el avioncito que le queda, de hélice, que se estropea cada dos por tres y ahora, la mejor compañía más recomendada es la X que tuvo el accidente hace dos años.

Esto para que os hagáis a la idea de la oferta de vuelos y del hecho de que he hecho las paces con la idea de morir en el espacio aéreo congoleño cuando he cogido este vuelo (que por cierto, es de la compañía Y, recomendada el año pasado, pero no recomendada este año...).

Es cierto que tiene un servicio muy completo que te lleva desde Limete al aeropuerto de Kinshasa en bus gratuito y luego desde el aeropuerto de Bukavu hasta la agencia en la ciudad. Con lo cual he tenido la experiencia Y al completo.

Mi nueva compi me llevó a la agencia en Limete a las 6 de la mañana, no podréis creerme cuando os digo que ese lugar apesta. Huele fatal y os lo dice una persona que lleva 13 meses y pico en el Congo, vamos, que huele muy mal.

Me monté en el bus y el guardia de seguridad me pregunta si no tengo etiquetado mi equipaje de mano, le digo que no y me cago en todo cuando veo que todos los que van conmigo en el bus tienen la típica etiqueta que pone “equipaje de mano”. Y pensareis: qué chorrada, qué más da la etiqueta...ya, pero esta es lógica europea. Si un amable señor de la Dirección General de Migraciones quiere tocarme los pies por no tener puesta la etiqueta, puedo no tomar el vuelo...así que si ya iba un poco nerviosa, (he dicho que he hecho las paces con la idea de morir en el espacio aéreo congoleño y es cierto, pero eso no quiere decir que la idea no me ponga nerviosa), me siento todavía un poco más incómoda.

Saco mi libro y me pongo a leer. Veo que el que está delante mío hace lo mismo. De repente un señor, colocado estratégicamente en la primera fila, se levanta y se ofrece para hacer una pequeña oración. Yo sigo con mi libro. La pequeña oración se alarga y el tono sube. Me doy cuenta de que es uno de estos predicadores protestantes o de iglesias del despertar que gritan y gritan. Habla en lingala, pero en lingala de Kinshasa, es decir, muy mezclado con francés y entre mi francés y el poco lingala que sé, entiendo que está haciendo todo un discurso apocalíptico sobre hacer frente a la vida eterna sin temor, etc. De pronto me doy cuenta de que el hecho de que la compañía Y haya tenido problemas en el último año, a él le beneficia enormemente para sus quince minutos de gloria autobuseros, en los que de pie, delante de todos, grita sobre l'éternel (palabra que repite tres millones de veces) y busca el aplauso y la aprobación de la gente. Detecto que mi indiferencia, sumergida en mi libro como estoy, le molesta. Se acerca a mi varias veces a gritarme sobre el éternel, pero decido no darle la satisfacción de levantar mi cabeza, no vaya a creerse que le voy a conceder a ese charlatán un crédito que no merece.

Llegamos al aeropuerto, es en ese momento cuando el pesado termina su pequeña oración de media hora de gritos. Un par de intentos de sacarme un “extra de pasta” por parte de un par de agentes en el aeropuerto, vamos, lo normal, que capeo como puedo, en un caso incluso, arranco mi pasaporte de las manos de un agente de la DGM que se ofrece a realizar las formalidades. Como me resulta más que evidente que no hay ninguna formalidad que hacer, le digo que no es necesario y que yo lo puedo hacer mientras, como digo, le tomo mi pasaporte y mi billete con un rápido gesto.

Abro el equipaje de mano, registro, todo bien. El que va delante mío se resigna a dejar el desodorante y el gel en tierra, el que va detrás de mi, que es el que leía el libro en el autobús, argumenta que estas medidas de seguridad son estúpidas, el de la DGM se cabrea porque las medidas internacionales son cuestionadas, y yo me escabullo como puedo de lo que tiene pinta será una larga conversación sin final...

Por fin llego a la escalera del avión. El comandante está allí fuera también y yo me siento como un gladiador en un circo romano. Nosotros, todos en fila esperando para entrar al avión, no sin antes haber pasado por el último control, y él delante con las manos cruzadas en la espalda. Me dan ganas de decirle: - “Ave Cesar, los que van a morir te saludan”. Subo al avión. Es un avión chino que huele como la agencia, o sea, fatal. Todos los mensajes están en chino y en inglés y la cabina del comandante no se cierra así que les vemos durante todo el vuelo. Cuento 64 plazas, vamos un autobús de Urizar es más grande.

Estamos todos embarcados y no salimos. Veo que a la pista llega un coche y que se baja una familia, esto es típico también, gente que ha pagado y le dejan llegar hasta la pista con evidente exceso de equipaje. Entre el matrimonio (van con una cría de unos tres años) no son capaces de transportar todo lo que tienen. Todo lo que tienen incluye tres pantallas de televisión de plasma. Por fin después de cinco minutos de transportes de televisión, suben al avión. El marido llega hasta mi asiento e intenta colocarme en el sillón de al lado una maleta y una televisión de plasma. Milagrosamente el de atrás le ofrece otra ubicación para la tele de plasma y él se sienta al lado mio con su maletón sobre las rodillas. Estoy atrincherada.

Cuando creo que nos vamos ya, se repite la misma operación con otra familia que también llega con un coche hasta la pista. Mismo proceso. Odio el Congo.

Por fin despegamos. Tres horas de vuelo. El que leía en el autobús está de nuevo delante mío y saca su libro. Veo que el libro si titula “Negros furiosos y blancos mentirosos”. Será mejor no hacerle enfadar. Era de los pocos que había calificado como normales, así que me queda claro que no queda nadie normal en ese vuelo. Los otros blancos son unos ucranianos que no consigo ubicar en el mapa del Congo, pero tengo claro que no son personal humanitario ni soldados. Sobrevolamos la selva vírgen del Kasai, y pienso que si me muero después de haber visto esto, no está mal después de todo.

Llegamos a Kindu, donde hacemos una escala. El hombre de las tres televisiones se baja aquí. Los ucranianos bajan aquí también y ya consigo colocarles en el mapa del Congo: diamantes, decido. De pronto una mujer comienza a gritar por el teléfono y después a todo el avión. De nuevo en lingala. Pero entiendo que tiene unos familiares en kindu, y aunque ella viaja hasta Goma, quería bajar para saludarles, pero parece ser que en nuestro vuelo viajaba alguna personalidad de Kindu y las medidas de seguridad le impiden bajar a la pista. Se suceden las llamadas a la chica, ella explica gritando y entre sollozos que no puede bajar. De pronto, todo el avión (liderado por el de los negros furiosos) se pone contra la azafata exigiendo que la dejen ver a sus familiares. La azafata dice que no hay nadie en la pista, que han bajado juntas y que no había nadie, así que ahora todo el avión se pone contra la chica y le dicen que se calle y que ya verá a sus familiares otro día. Definitivamente, las otras 63 personas de ese vuelo han salido de un manicomio.

Se sube otro hombre que se sienta a mi lado, me saluda lascivo e invade descaradamente mi espacio, que de por sí, es reducido en este avión chino, hecho para la medida de los chinos. Si algo me saca de quicio, es un desconocido sobón. Intento recuperar mi espacio pero el tío es un sobón profesional. Afortunadamente, el avión chino se encarga de ello. Hace tanto frío en este avión cuando está a la suficiente altura, que el hombre se encoge para soportarlo. Me alegro de ser del norte.

Cuando estamos haciendo las maniobras previas al aterrizaje en Bukavu, el avión entra en turbulencias, en un momento dado el avión pierde altura de forma brusca y caemos como unos veinte metros en un segundo (no sé calcular exactamente), oigo que la gente grita, el de al lado, invasor de espacio, se agarra a mi muslo y me lo estruja con fuerza. No doy crédito. Le cojo la mano y tengo que hacer fuerza para quitarla de mi pierna, lo consigo pero él no suelta mi mano. No doy crédito. Le miro a la cara y está desencajado. La viva imagen del pavor absoluto, con los ojos cerrados con fuerza y la boca abierta. Teniendo en cuenta que no me había caído bien porque detesto a los sobones irrespetuosos, ahora me parece simplemente patético. Creo que pensaba que iba a morir. Yo sólo pensaba que es la invasión de mi espacio más transgredida jamás por un desconocido. Estoy de hecho, cabreada. Se nota que haber visto la selva del Kasai, ha contribuido a que haga definitivamente las paces con el posible accidente. En realidad, estaba segura de que no era más que una bolsa de aire. Todo se pasa y vuelve a la normalidad, él ni se disculpa, por supuesto, yo soy una mujer, por lo tanto, ni siquiera soy un ser humano, soy un simple posamanos, parece. Se hace el macho, por supuesto. No va a reconocer que hace un segundo se ha cagado en los pantalones. Me cae fatal y le recordaré de por vida con su cara desencajada, ojos cerrados haciendo fuerza y a punto de llorar mientras me estruja el muslo. Patético.

Aterrizamos en Bukavu. Jarrea de lo lindo.

Es un aeropuerto militar lleno de tanques y camiones de la MONUC. No hay terminal ni nada que se le parezca. Hay una caseta con los de la DGM y para de contar. Esperamos en la calle, bajo la lluvia, en el barro.

Pregunto por el autobús, me lo señalan. Por supuesto, es chino. Me informan de que las maletas se retiran en la agencia. Me parece un riesgo teniendo en cuenta que si no llegan, puedo no recuperarlas nunca. Me dicen que irán en una camioneta que seguirá al bus de pasajeros. Me resigno y me monto en el autobús. He sido, de hecho, la única que se ha resignado. Todo el mundo se apelotona al lado de la camioneta y trata de recuperar su equipaje y luego lo mete en el bus, para que así haya menos espacio y así podamos bloquear todo el pasillo. Oteo mi maleta y respiro, vigilo para que nadie se la lleve por equivocación.

Un abuelo con un traje ocho tallas más grande que él y un sombrero estilo cawboy con piel de dálmata se sube con su mujer, una abuelilla al bus, llevan una maleta y un saco cada uno, con lo que parece ser un animal muerto en su interior, gallina, intuyo. Van tan cargados que todo el bus tiene que moverse por ellos para dejarles pasar, se colocan en el medio con todas sus maletas. La gente comienza a gritarle al viejillo y a decrile que meta su maleta arriba en el maletero porque hay espacio. El viejo se niega, saca un asiento al lado de mi asiento (es un hecho que los raros tienen siempre que sentarse al lado mío) y coloca todas las maletas y pollos muertos en el pasillo. La discusión continúa y al viejo se la pela todo. Todos gritándole para que libere espacio y él que tururú. El joven de delante, al final, cabreado, coge la maleta del viejo y la coloca arriba, el viejo se levanta de un brinco y mueve la maleta para colocarla exactamente sobre su cabeza. Como si le fueramos a robar la maleta, teniendo en cuenta que en ese autobus no nos podíamos ni mover nadie. Por fin se sientan los dos abuelos en los asientos del pasillo, maletas de otros pasajeros que suben al bus por las ventanas. De pronto, un hombre de la compañía aérea Y se monta y exige que todos enseñemos nuestros billetes. Los viejos no tienen billetes. Bronca. Les exigen que paguen diez dólares al menos, el viejo se niega, la vieja no dice ni pío. El de la compañía se pone a gritar como un energúmeno y ahora es el viejo el que grita como un energúmeno. La vieja le empieza a decir a su marido que deberían pagar, el viejo se niega, así que la mujer propone bajarse del bus, rifirafe y el viejo accede. De nuevo, movilización del autobús para que pasen, con sus pollos, sus maletas y su sombrero de cawboy con tela de dálmata.

Creo que ha tenido que pasar más de media hora desde que nos hemos montado, pero por fin, salimos. El de la compañía está sentado al lado mío, de modo que vamos como sardinas en lata, yo con mi ordenador y mochila encima. La carretera no está asfaltada, es una carretera de ripio, pero vamos tan apretados que ni los baches nos mueven.

Empiezo a ver tiendas de campaña y más tiendas de campaña, soldados armados vigilándolas, son los campamentos de la MONUC que se suceden durante kilómetros, separados por nacionalidades. Siento un vacío en el estómago. Llevo aquí un año pero esto me impresiona mucho.

El paisaje es impresionante, precioso, colinas verdes sobre suelo de arcilla, todo cultivado (esto es una diferencia con respecto al Oeste). Tenemos una hora de camino. Nos paramos en varios pueblecitos y la gente aprovecha para comprar, el de la compañía Y compra cebollas (este es el único bus que no apestaba, así que esta situación debía ser remediada inmediatamente).

Diviso el lago Kivu, uno de los grandes lagos que da nombre a la zona, también impresionante.
La carretera mejora, de nuevo, labor de los chinos, omnipresentes. Por fin llegamos a Bukavu. Está un poco más desarrollado que kin, de hecho, es totalmente distinta, nadie diría que son dos ciudades del mismo país. Llegamos a la agencia y diviso caras conocidas. Estoy nerviosa por todo lo que me ha pasado en tan poco tiempo pero contenta de haber llegado. Otro día, os cuento más...