martes, 4 de mayo de 2010

Bukavu

He volado con una compañía aérea congoleña. Para ubicarnos. Naciones Unidas pone al servicio de todo el personal humanitario sus vuelos de MONUC y del PMA para evitar que los expatriados tomen vuelos nacionales. De hecho, las ONG grandes tienen prohibido por su protocolo de seguridad que sus trabajadores tomen vuelos comerciales.

Bien, pues hay dos compañías, una (vamos a llamarla X) que tuvo un accidente hace dos años y tuvo muy mala fama todo el año pasado, siendo la otra compañía (Y) la mejor y más recomendada durante el 2009. Hasta que la compañía Y este año no tiene más aviones y vuela con el avioncito que le queda, de hélice, que se estropea cada dos por tres y ahora, la mejor compañía más recomendada es la X que tuvo el accidente hace dos años.

Esto para que os hagáis a la idea de la oferta de vuelos y del hecho de que he hecho las paces con la idea de morir en el espacio aéreo congoleño cuando he cogido este vuelo (que por cierto, es de la compañía Y, recomendada el año pasado, pero no recomendada este año...).

Es cierto que tiene un servicio muy completo que te lleva desde Limete al aeropuerto de Kinshasa en bus gratuito y luego desde el aeropuerto de Bukavu hasta la agencia en la ciudad. Con lo cual he tenido la experiencia Y al completo.

Mi nueva compi me llevó a la agencia en Limete a las 6 de la mañana, no podréis creerme cuando os digo que ese lugar apesta. Huele fatal y os lo dice una persona que lleva 13 meses y pico en el Congo, vamos, que huele muy mal.

Me monté en el bus y el guardia de seguridad me pregunta si no tengo etiquetado mi equipaje de mano, le digo que no y me cago en todo cuando veo que todos los que van conmigo en el bus tienen la típica etiqueta que pone “equipaje de mano”. Y pensareis: qué chorrada, qué más da la etiqueta...ya, pero esta es lógica europea. Si un amable señor de la Dirección General de Migraciones quiere tocarme los pies por no tener puesta la etiqueta, puedo no tomar el vuelo...así que si ya iba un poco nerviosa, (he dicho que he hecho las paces con la idea de morir en el espacio aéreo congoleño y es cierto, pero eso no quiere decir que la idea no me ponga nerviosa), me siento todavía un poco más incómoda.

Saco mi libro y me pongo a leer. Veo que el que está delante mío hace lo mismo. De repente un señor, colocado estratégicamente en la primera fila, se levanta y se ofrece para hacer una pequeña oración. Yo sigo con mi libro. La pequeña oración se alarga y el tono sube. Me doy cuenta de que es uno de estos predicadores protestantes o de iglesias del despertar que gritan y gritan. Habla en lingala, pero en lingala de Kinshasa, es decir, muy mezclado con francés y entre mi francés y el poco lingala que sé, entiendo que está haciendo todo un discurso apocalíptico sobre hacer frente a la vida eterna sin temor, etc. De pronto me doy cuenta de que el hecho de que la compañía Y haya tenido problemas en el último año, a él le beneficia enormemente para sus quince minutos de gloria autobuseros, en los que de pie, delante de todos, grita sobre l'éternel (palabra que repite tres millones de veces) y busca el aplauso y la aprobación de la gente. Detecto que mi indiferencia, sumergida en mi libro como estoy, le molesta. Se acerca a mi varias veces a gritarme sobre el éternel, pero decido no darle la satisfacción de levantar mi cabeza, no vaya a creerse que le voy a conceder a ese charlatán un crédito que no merece.

Llegamos al aeropuerto, es en ese momento cuando el pesado termina su pequeña oración de media hora de gritos. Un par de intentos de sacarme un “extra de pasta” por parte de un par de agentes en el aeropuerto, vamos, lo normal, que capeo como puedo, en un caso incluso, arranco mi pasaporte de las manos de un agente de la DGM que se ofrece a realizar las formalidades. Como me resulta más que evidente que no hay ninguna formalidad que hacer, le digo que no es necesario y que yo lo puedo hacer mientras, como digo, le tomo mi pasaporte y mi billete con un rápido gesto.

Abro el equipaje de mano, registro, todo bien. El que va delante mío se resigna a dejar el desodorante y el gel en tierra, el que va detrás de mi, que es el que leía el libro en el autobús, argumenta que estas medidas de seguridad son estúpidas, el de la DGM se cabrea porque las medidas internacionales son cuestionadas, y yo me escabullo como puedo de lo que tiene pinta será una larga conversación sin final...

Por fin llego a la escalera del avión. El comandante está allí fuera también y yo me siento como un gladiador en un circo romano. Nosotros, todos en fila esperando para entrar al avión, no sin antes haber pasado por el último control, y él delante con las manos cruzadas en la espalda. Me dan ganas de decirle: - “Ave Cesar, los que van a morir te saludan”. Subo al avión. Es un avión chino que huele como la agencia, o sea, fatal. Todos los mensajes están en chino y en inglés y la cabina del comandante no se cierra así que les vemos durante todo el vuelo. Cuento 64 plazas, vamos un autobús de Urizar es más grande.

Estamos todos embarcados y no salimos. Veo que a la pista llega un coche y que se baja una familia, esto es típico también, gente que ha pagado y le dejan llegar hasta la pista con evidente exceso de equipaje. Entre el matrimonio (van con una cría de unos tres años) no son capaces de transportar todo lo que tienen. Todo lo que tienen incluye tres pantallas de televisión de plasma. Por fin después de cinco minutos de transportes de televisión, suben al avión. El marido llega hasta mi asiento e intenta colocarme en el sillón de al lado una maleta y una televisión de plasma. Milagrosamente el de atrás le ofrece otra ubicación para la tele de plasma y él se sienta al lado mio con su maletón sobre las rodillas. Estoy atrincherada.

Cuando creo que nos vamos ya, se repite la misma operación con otra familia que también llega con un coche hasta la pista. Mismo proceso. Odio el Congo.

Por fin despegamos. Tres horas de vuelo. El que leía en el autobús está de nuevo delante mío y saca su libro. Veo que el libro si titula “Negros furiosos y blancos mentirosos”. Será mejor no hacerle enfadar. Era de los pocos que había calificado como normales, así que me queda claro que no queda nadie normal en ese vuelo. Los otros blancos son unos ucranianos que no consigo ubicar en el mapa del Congo, pero tengo claro que no son personal humanitario ni soldados. Sobrevolamos la selva vírgen del Kasai, y pienso que si me muero después de haber visto esto, no está mal después de todo.

Llegamos a Kindu, donde hacemos una escala. El hombre de las tres televisiones se baja aquí. Los ucranianos bajan aquí también y ya consigo colocarles en el mapa del Congo: diamantes, decido. De pronto una mujer comienza a gritar por el teléfono y después a todo el avión. De nuevo en lingala. Pero entiendo que tiene unos familiares en kindu, y aunque ella viaja hasta Goma, quería bajar para saludarles, pero parece ser que en nuestro vuelo viajaba alguna personalidad de Kindu y las medidas de seguridad le impiden bajar a la pista. Se suceden las llamadas a la chica, ella explica gritando y entre sollozos que no puede bajar. De pronto, todo el avión (liderado por el de los negros furiosos) se pone contra la azafata exigiendo que la dejen ver a sus familiares. La azafata dice que no hay nadie en la pista, que han bajado juntas y que no había nadie, así que ahora todo el avión se pone contra la chica y le dicen que se calle y que ya verá a sus familiares otro día. Definitivamente, las otras 63 personas de ese vuelo han salido de un manicomio.

Se sube otro hombre que se sienta a mi lado, me saluda lascivo e invade descaradamente mi espacio, que de por sí, es reducido en este avión chino, hecho para la medida de los chinos. Si algo me saca de quicio, es un desconocido sobón. Intento recuperar mi espacio pero el tío es un sobón profesional. Afortunadamente, el avión chino se encarga de ello. Hace tanto frío en este avión cuando está a la suficiente altura, que el hombre se encoge para soportarlo. Me alegro de ser del norte.

Cuando estamos haciendo las maniobras previas al aterrizaje en Bukavu, el avión entra en turbulencias, en un momento dado el avión pierde altura de forma brusca y caemos como unos veinte metros en un segundo (no sé calcular exactamente), oigo que la gente grita, el de al lado, invasor de espacio, se agarra a mi muslo y me lo estruja con fuerza. No doy crédito. Le cojo la mano y tengo que hacer fuerza para quitarla de mi pierna, lo consigo pero él no suelta mi mano. No doy crédito. Le miro a la cara y está desencajado. La viva imagen del pavor absoluto, con los ojos cerrados con fuerza y la boca abierta. Teniendo en cuenta que no me había caído bien porque detesto a los sobones irrespetuosos, ahora me parece simplemente patético. Creo que pensaba que iba a morir. Yo sólo pensaba que es la invasión de mi espacio más transgredida jamás por un desconocido. Estoy de hecho, cabreada. Se nota que haber visto la selva del Kasai, ha contribuido a que haga definitivamente las paces con el posible accidente. En realidad, estaba segura de que no era más que una bolsa de aire. Todo se pasa y vuelve a la normalidad, él ni se disculpa, por supuesto, yo soy una mujer, por lo tanto, ni siquiera soy un ser humano, soy un simple posamanos, parece. Se hace el macho, por supuesto. No va a reconocer que hace un segundo se ha cagado en los pantalones. Me cae fatal y le recordaré de por vida con su cara desencajada, ojos cerrados haciendo fuerza y a punto de llorar mientras me estruja el muslo. Patético.

Aterrizamos en Bukavu. Jarrea de lo lindo.

Es un aeropuerto militar lleno de tanques y camiones de la MONUC. No hay terminal ni nada que se le parezca. Hay una caseta con los de la DGM y para de contar. Esperamos en la calle, bajo la lluvia, en el barro.

Pregunto por el autobús, me lo señalan. Por supuesto, es chino. Me informan de que las maletas se retiran en la agencia. Me parece un riesgo teniendo en cuenta que si no llegan, puedo no recuperarlas nunca. Me dicen que irán en una camioneta que seguirá al bus de pasajeros. Me resigno y me monto en el autobús. He sido, de hecho, la única que se ha resignado. Todo el mundo se apelotona al lado de la camioneta y trata de recuperar su equipaje y luego lo mete en el bus, para que así haya menos espacio y así podamos bloquear todo el pasillo. Oteo mi maleta y respiro, vigilo para que nadie se la lleve por equivocación.

Un abuelo con un traje ocho tallas más grande que él y un sombrero estilo cawboy con piel de dálmata se sube con su mujer, una abuelilla al bus, llevan una maleta y un saco cada uno, con lo que parece ser un animal muerto en su interior, gallina, intuyo. Van tan cargados que todo el bus tiene que moverse por ellos para dejarles pasar, se colocan en el medio con todas sus maletas. La gente comienza a gritarle al viejillo y a decrile que meta su maleta arriba en el maletero porque hay espacio. El viejo se niega, saca un asiento al lado de mi asiento (es un hecho que los raros tienen siempre que sentarse al lado mío) y coloca todas las maletas y pollos muertos en el pasillo. La discusión continúa y al viejo se la pela todo. Todos gritándole para que libere espacio y él que tururú. El joven de delante, al final, cabreado, coge la maleta del viejo y la coloca arriba, el viejo se levanta de un brinco y mueve la maleta para colocarla exactamente sobre su cabeza. Como si le fueramos a robar la maleta, teniendo en cuenta que en ese autobus no nos podíamos ni mover nadie. Por fin se sientan los dos abuelos en los asientos del pasillo, maletas de otros pasajeros que suben al bus por las ventanas. De pronto, un hombre de la compañía aérea Y se monta y exige que todos enseñemos nuestros billetes. Los viejos no tienen billetes. Bronca. Les exigen que paguen diez dólares al menos, el viejo se niega, la vieja no dice ni pío. El de la compañía se pone a gritar como un energúmeno y ahora es el viejo el que grita como un energúmeno. La vieja le empieza a decir a su marido que deberían pagar, el viejo se niega, así que la mujer propone bajarse del bus, rifirafe y el viejo accede. De nuevo, movilización del autobús para que pasen, con sus pollos, sus maletas y su sombrero de cawboy con tela de dálmata.

Creo que ha tenido que pasar más de media hora desde que nos hemos montado, pero por fin, salimos. El de la compañía está sentado al lado mío, de modo que vamos como sardinas en lata, yo con mi ordenador y mochila encima. La carretera no está asfaltada, es una carretera de ripio, pero vamos tan apretados que ni los baches nos mueven.

Empiezo a ver tiendas de campaña y más tiendas de campaña, soldados armados vigilándolas, son los campamentos de la MONUC que se suceden durante kilómetros, separados por nacionalidades. Siento un vacío en el estómago. Llevo aquí un año pero esto me impresiona mucho.

El paisaje es impresionante, precioso, colinas verdes sobre suelo de arcilla, todo cultivado (esto es una diferencia con respecto al Oeste). Tenemos una hora de camino. Nos paramos en varios pueblecitos y la gente aprovecha para comprar, el de la compañía Y compra cebollas (este es el único bus que no apestaba, así que esta situación debía ser remediada inmediatamente).

Diviso el lago Kivu, uno de los grandes lagos que da nombre a la zona, también impresionante.
La carretera mejora, de nuevo, labor de los chinos, omnipresentes. Por fin llegamos a Bukavu. Está un poco más desarrollado que kin, de hecho, es totalmente distinta, nadie diría que son dos ciudades del mismo país. Llegamos a la agencia y diviso caras conocidas. Estoy nerviosa por todo lo que me ha pasado en tan poco tiempo pero contenta de haber llegado. Otro día, os cuento más...

2 comentarios:

  1. Impresionante relato! Leyéndolo no sé si me han dado ganas de ir al Congo o me ha terminado de quitar el gusanillo que tenía, pero me ha impactado un montón...

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  2. Chapeau.... Que haces que no sigues contándonos más?

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