martes, 7 de diciembre de 2010

Bernadette

Érase una vez una mujer que vivía en la colina. Se llamaba, vamos a decir, Bernadette, era viuda, vivía sola y tenía cincuenta y cinco años. En este país, eso es ser una ancianita. Todo el mundo en el pueblo conocía a Bernadette, por supuesto. Es un pueblo pequeño en un país, de por sí, pequeño. Todo el mundo sabía que estaba gravemente enferma, y todo el mundo sabía que nadie de su familia, nunca, la iba a visitar. Del mismo modo que sabían que sus hijos, que vivían en Kigali, tenían posibles y unos coches pick up que cuestan un pastón.

Bernadette tenía un cáncer que le estaba dejando sin fuerzas, a penas podía levantarse, a penas hacer las labores en el campo, no tenía fuerzas ni para cocinar, ni podía ir a las fuentes del valle para coger agua. No tenía fuerzas para llevar una garrafa de 20 litros. Ni siquiera de 10. Los únicos días que Bernadette tenía agua era cuando un vecino benevolente se la traía. Como digo, todos sabían que estaba enferma y que nadie la visitaba, y de vez en cuando alguien se apiadaba de ella y de su situación.

Un día Bernadette no pudo luchar más contra esa enfermedad que le limitaba la vida y contra ese mundo que le fue hostil. El día que se divulgó la noticia de su muerte, la casa de Bernadette se llenó de coches pick up y de miembros de su familia, no faltó ni uno. Le hicieron un ataúd blanco con adornos y un velatorio en el que no falto de nada, durante días. Todo el pueblo fue al entierro y festejaron y rindieron homenaje a Bernadette.

La muerte en África…

Creo que ya os he hablado de esto en algún que otro post. La muerte es algo importante. La vida, a veces, no lo es tanto…

1 comentario:

  1. Ufff, arrea. Eso es duro. Aunque quizás no tan distinto. Es mas fácil celebrar un recuerdo, que mirar a los ojos de quien necesita mas de lo que le quieres dar. Especialmente cuando no se quiere dar nada.

    Habrá que brindar por Bernardette

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