jueves, 17 de octubre de 2013

Playas paradisíacas

Cuando vives en Europa, normalmente el centro de tu existencia es tu trabajo, tu pareja o tus hijos, o combinaciones aleatorias de lo anterior.

Si inviertes demasiado tiempo en viajar o hacer cosas que te gustan, la gente comienza a mirarte raro. Te califican de vividor, que es un adjetivo lleno de connotaciones negativas. Normalmente porque los vividores suelen carecer de trabajo estable y son además, bastante jetas.

Pertenezco, sin ningún género de dudas al grupo de personas para los que el trabajo es el centro de su existencia, pero he descubierto que en ausencia de responsabilidades familiares- al margen de mi gato-, lo siguiente que llena mi existencia es viajar, y si es posible, viajar a playas paradisíacas. He decidido hacer una cruzada de ello, e ir a todas las playas paradisíacas que pueda. Antes de que tenga responsabilidades familiares –al margen de mi gato-, y tenga que acostumbrarme a una vida en la que lo más excitante, es ver a Pocoyó en la tele (no me cabe duda de que lo conseguiré, y de que seré feliz en el proceso, pero, admitámoslo, la maternidad viene unida a un montón de renuncias)…

Así que en ello estoy, ante el asombro y probablemente el reproche de familia y amigos, porque divertirse está bien, pero no demasiado, y ser cooperante y además ir a tostarse a Zanzíbar se ve como el fruto de una doble moral denostable. A pesar de que yo nunca me he considerado una santa, ni salvadora de nada ni de nadie, ni mucho menos me he jactado de ello. Al contrario, no soy ni más ni menos altruista que cualquiera y veo y percibo mi trabajo como lo que es, un trabajo más, y siempre lo he expresado así. Admito que me gusta que mi trabajo tenga un cierto fin social, supongo que por el poso positivo y educación en valores que dejaron mi educación católica y mis años en colegio de monjas, que por lo demás, me convirtieron en una completa atea.

Hice ciertas renuncias materiales viviendo en Kin, y estoy dispuesta a hacerlas otra vez, aunque siempre he admitido que en Kigali, aunque no hay mucho que hacer, la vida es fácil y placentera. Sin embargo, vivo lejos de mi familia, por opción, cierto; aunque eso no quiere decir que no esté exento de cierto coste personal para mi, y para mi familia. Esto se traduce en lo siguiente: si estoy enferma, mi mamá no está ahí para cuidarme; si tengo un problema, lo afronto sin la ayuda de mi familia; si estoy triste, y me acabo preguntando qué hago yo aquí, por no preocupar a mi familia, que está lejos, me lo como, y espero al día siguiente, porque sé que la sensación se pasará. En la vida de expatriada, conoces a mucha gente muy interesante, y es una de las cosas que más me atrae, sin embargo, tienes que hacer las paces con la idea de un fuerte componente de soledad bien llevada. Por estas renuncias personales y por las limitaciones materiales, creo que siento que me lo merezco. Me merezco esos días en la playa paradisíaca. Probablemente hay gente que siga pensando que soy una vividora, en la más profunda connotación negativa del adjetivo, pero qué le voy a hacer, en mi condición de atea, y pensando que tras la muerte no hay otra vida mejor, tendré que aprovechar ésta al máximo de sus posibilidades…

2 comentarios:

  1. Mejor ser una vividora hedonista y contenta, que una altruista amargada. No es tan facil hacer lo que uno-a quiere...

    ResponderEliminar